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Violencia y medios: Distorsiones y Adicción


Eva Aladro Vico

Profesora Máster en Comunicación Periodística, Institucional y Empresarial

La relación entre medios de comunicación y violencia es una relación muy larga en el tiempo. Los medios de comunicación de masas, herederos de la prensa popular y de los buhoneros y voceros medievales, usaron siempre, para atraer la atención, de las representaciones de hechos violentos, truculentos o morbosos, como recurso barato y de efectividad inmediata.

La violencia en las historias relatadas o retratadas por los medios está directamente relacionada con el realismo y con la capacidad de reflejar la realidad tal cual es, por parte de los medios de comunicación. Desgraciadamente el ser humano asocia la violencia y el crimen con lo innegable, con lo insoslayable, con la muerte, y de ahí, con la realidad última, la materialidad de nuestra existencia. La representación de la muerte y la violencia se convierte en el sello de los informadores, como mensaje de lo real, de lo que no se puede negar ni evitar.

 

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Las primeras formas de sensacionalismo recurrieron en seguida, además de a la intromisión en la intimidad o el cotilleo inmoral, a la violencia en la representación informativa. Los medios descubren, a comienzos del siglo XX, que para atraer la atención de los lectores de periódicos es necesario recurrir a la foto del crimen o a la entrevista con el criminal. Hay ejemplos en todos los países de cómo los casos más tenebrosos de violencia son usados para atraer interés, pero sobre todo también, para distraer ese interés de otros temas importantes y polémicos, y así, desde el sensacionalismo de Randolph Hearst, para azuzar la venta de su diario, hasta el seguimiento exhaustivo de la crónica de sucesos en la dictadura franquista, son ejemplos de cómo la presentación de la violencia es rentable periodística y políticamente en esas situaciones.

Si nos acercamos en el tiempo, veremos que con la llegada de los medios audiovisuales la competencia por captar la atención es cada vez mayor, y cuanto más crudas y violentas las informaciones, más realistas y cercanas parecen ser. Así los nuevos medios empiezan a mostrar sus posibilidades en la captación y representación de la violencia en una carrera que continúa en la actualidad. Si los medios más arcaicos, como la prensa, los semanarios y la radio, son los más acostumbrados a estos contenidos, los nuevos medios como la televisión, el cine y el vídeo, y los últimos sistemas como los móviles o las cámaras digitales, descubren su capacidad, no solamente de representar la violencia, sino de provocarla o producirla con su acción. Esta carrera, desgraciadamente, hacia la violencia, tiene unos efectos sociales enormes que vamos a describir.

DOS TIPOS DE VIOLENCIA EN MEDIOS: ACTIVA Y PASIVA

Podríamos distinguir dos tipos de violencia mediática: la violencia pasiva, por decir así, en la que los medios se limitan a presentar la violencia existente y beneficiarse de sus efectos, y la violencia activa, en la que son los medios los que provocan la violencia, la ejercen o la fabrican en sus estudios y eventos mediáticos, de modo que redoblan su peso y sus efectos.

En los dos casos, los medios que muestran o ejercen violencia utilizan con ella su poder, su legitimación por ese poder ejercido. Se trata de un modo de imponer su presencia que es también un arma de doble filo, pues los profesionales violentos o que juegan con la violencia adquieren gran atención, pero también pierden credibilidad y prestigio social en su función.

Este segundo tipo de violencia activa incluye no solamente la violencia física, sino también la violencia psicológica. El asalto o la intimidación de los informadores a los particulares, es una forma de esta violencia. Incluye la violación de la intimidad y la ruptura de los códigos de cortesía y respeto a la persona. Incluye la provocación y confabulación para producir violencia, por ejemplo a través de la elección del tema de un debate o de los contertulios de un programa. La violencia representada se acompaña de la violencia en el modo mismo de representar.

Así nos encontramos con fenómenos como la realización de programas en los que se reúnen a una serie de caracteres conflictivos para ver cómo chocan entre sí, bajo la idea de que lo que se ofrece es la realidad de las relaciones humanas, o esos otros programas en los que se ofrece como habitual y natural conductas violentas como el insulto, la difamación o el linchamiento de víctimas.

La fabricación activa de violencia en los medios ha llegado al máximo en el género de ficción cinematográfica en el que las “snuff movies” presentan muertes reales producidas para ser filmadas, o en las grabaciones de muertes o palizas a mendigos hechas por particulares a través de móviles con cámaras para ser colgadas en Internet.

En el caso de la violencia producida por agentes externos a los medios, al comprobar este fenómeno de la escalada de violencia en los medios, la propia mente criminal se ha especializado en representaciones violentas e impactantes, y así tenemos el tremendo hecho de que los terroristas se inspiren en el cine o que realicen sus atentados y ejecuciones expresamente para ser emitidos en los medios, vistos los ejemplos que los propios medios ofrecen.

Éste ya puede considerarse un efecto terrible de la violencia creada por los medios. Si éstos no hubieran inventado el reality show o las filmaciones en directo de ejecuciones autorizadas, las ejecuciones filmadas ante los medios no se hubieran producido. Si no hubiera existido el cine de catástrofes, muchas catástrofes reales no se hubieran dado. (El mismo 11-S se inspiró en un filme de ficción basado en un relato de Stephen King).

El contagio y la imitación de la violencia, y sobre todo, la imitación de una comunicación violenta, se extienden por todas partes, recordemos el reciente caso de los escolares del Colegio Suizo de Madrid, filmando su propio acoso a un compañero.

EFECTOS CLAVE DE LA VIOLENCIA EN MEDIOS: ESCALADA, DISTORSIÓN Y ADICCIÓN

La imitación y el contagio son tremendamente graves. Pero aún lo es más la dinámica exponencial que la violencia en la comunicación impone, y que ahora vamos a explicar.

El uso de la violencia en los medios de comunicación siempre fue un recurso de atracción de interés. Su efectividad se basa en el impacto sobre la sensibilidad, que produce una atención alarmada sobre algo. El problema es que los medios, al recurrir a este sistema, necesitan impactar la sensibilidad cada vez más para producir el mismo interés o atención. Así, hoy nos parecen inocentes las fotografías de crímenes mafiosos de principios de siglo, o los relatos truculentos de “EL Caso” en los años 50. Para impactar la sensibilidad, hoy los medios tienen que ofrecer algo realmente violento y perverso.

Se trata de una huida hacia delante, que como hemos visto, debe ofrecer siempre más violencia en imágenes o relatos para producir el mismo efecto, igual que en una adicción a una sustancia como una droga o un calmante, se necesita subir la dosis para producir efecto constante. Los medios comenzaron a producir y fabricar violencia para poder impactar más la sensibilidad, y así llegaron a las aberraciones de las que hemos hablado antes.

Hay una perversión en el derecho que los medios tienen a representar y a exponer la violencia o la muerte. Se llega a diseccionar esos fenómenos en todos sus componentes, a hacerlos interactuar en directo, a repercutirlos de mil maneras, fragmentándolos, poniéndolos a cámara lenta, mostrando sus lados menos vistos y más secretos, en una especie de obscenidad de la mirada. Así, un rasgo común une los programas médicos que nos muestran operaciones de cirugía en directo o cadáveres desnudos de las guerras en los periódicos, y es la violencia en el trato de enfermedad o muerte, es decir un grado de violencia que une la indefensión y la debilidad con el poder de intromisión de los medios.

Ciertamente no hemos visto lo peor en esa carrera. Podemos esperar cualquier cosa por parte de los medios, y últimamente, en la interacción entre medios, particulares, terroristas o criminales de todo tipo.

Un efecto temible de este proceso es lo que se llama la normalización de la violencia en nuestra sociedad. Dado que vivimos un bombardeo constante de violencia activa y pasiva, psicológica y física, para los espectadores la violencia es algo natural y cotidiano. Las mismas series de ficción han convertido los guiones en guiones violentos sistemáticamente, y las relaciones de pareja, de familia, o primarias de cualquier tipo, siempre vienen teñidas de violencia.

Este efecto se conoce desde hace décadas. Incluso se sabe que un visionado constante de violencia, sea real o ficticia, conduce a una percepción muy negativa del entorno que vivimos, exagerando el aspecto violento y desaprensivo de la sociedad, y creando miedo, lo cual redunda también en reacciones agresivas, aunque sólo sean ideológicas, contra ese mundo distorsionado por la violencia mediática.

 

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La misma información acerca de la violencia de pareja, normaliza las cifras de muertes como si se tratara de las muertes por accidentes de tráfico, también normalizadas. Se consideran los sucesos violentos como algo característico de la vida actual.

No se resalta en los medios suficientemente el hecho de que la violencia no solamente no es algo consustancial a la vida o natural, sino que se puede evitar y se puede vivir sin violencia. Hemos llegado a un punto, tal y como se representan las relaciones en las series de ficción, y tal y como se informa de la violencia real en las familias, en que se considera o se trata la violencia como algo normal. Es completamente anómalo el pensamiento de que la no-violencia es posible (…)

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