Dos grandes libros de un gran autor: José Luis Orozco (II)

En: Comunicación Institucional|Comunicación Política

14 Sep 2010

Comentaba en mi anterior entrada la gran importancia de los dos últimos libros del Profesor José Luis Orozco, Catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de México. Son importantes para la ciencia política y para la comunicación política. Efectivamente, la comunicación política de quienes detentan el poder o aspiran a él siempre tiene en contra la comunicación política de otros que quieren alcanzar los mismos objetivos. El libro Érase una Utopía en América. Los orígenes del pensamiento político norteamericano constituye un gran friso sobre la comunicación política de quienes fundaron los Estados Unidos de Norteamérica.

Las contradicciones a las que se enfrentan los Padres Fundadores

Ya he comentado de qué trataba el Capítulo I. En el II, empiezan las confrontaciones entre los Padres Fundadores y las contradicciones que deben afrontar algunos de ellos. Por ejemplo, Jefferson, admirador de la Revolución Francesa y, a la vez, esclavista. Y que cuando se entera de las guerras que diezman a los pueblos indígenas, afirma (siendo ya Secretario de Estado): “Espero que los indios consientan ahora la paz, que es todo lo que queremos”. Jefferson sería el tercer Presidente (1801-1809). Los espacios vitales siguen vigentes, y de qué manera.

Sin embargo, cuando Edmund Burke publica en Inglaterra sus Reflexiones sobre la Revolución Francesa, John Adams, que sería después primer Vicepresidente y segundo Presidente (1797-1801), publica sus Discursos sobre Davila (un historiador católico), en los que toma posición en contra de quienes, como Jefferson o Paine, confían en el progreso indefinido y sólo ven las revoluciones como contratiempos pasajeros. También entra en acción Alexander Hamilton en contra de Jefferson.

Con los textos que Orozco proporciona no sería difícil montar una obra de teatro que recrease aquellos tiempos y que nos hiciera ver todo lo que hemos perdido en el dominio de la palabra. Paine, incluso, se atreve a llamar a la revolución mundial, tomando ejemplo de los Estados Unidos. “Lo que Arquímedes dijo de los poderes mecánicos puede ser aplicable a la Razón y a la Libertad. Si contásemos con un punto sobre el cual apoyarnos, podríamos levantar el mundo”. Es decir, quiere que la premisa del comercio mundial se transforma en la conclusión de la revolución mundial.

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 Frente al terrorismo contra la propiedad, la autoridad con fuerza

Uno de los problemas más agudos a los que tuvo que hacer frente el primer Presidente, George Washington, fue la rebelión que el Capitán Daniel Shays dirigió contra los impuestos excesivos. El Presidente planteó inmediatamente la diferencia entre la influencia y el gobierno. Lo importante es este último, dotado de fuerza para acabar con las rebeliones. Se da cuenta de lo grave que puede llegar a ser que trece soberanías se embistan las unas a las otras, y todas tironeando contra la cabeza federal. Es la ruina segura. Por eso, quiere llevar una política de miedo y convencimiento.

Por su parte, John Adams desarrolló la dimensión cualitativa de la república, la de la aristocracia de los equilibrios– mientras que James Madison (que sería el cuarto Presidente, de 1809 a 1817) formularía la dimensión cuantitativa de la república, la de la democracia de los territorios dilatados. Llama espíritu viril a que los norteamericanos se atreven a hacer cosas que no tienen precedentes en la historia. Me parece estar escuchando a Stendhal cuando lo que más admiraba en los grandes personajes era su pasión por lo imprevisto . Sobre todo, hay que encontrar formas de hacer frente a dos problemas tan grandes como la inexorabilidad del conflicto y la omnipresencia del enemigo.

Alexander Hamilton quiere apuntalar la institución del Colegio Electoral. “Un peque o número de personas, seleccionadas por sus conciudadanos de entre la masa general tendrá más posibilidades de contar con la información y el discernimiento requerido para una investigación tan complicada”. También sería algo especialmente deseable para que el tumulto y el desorden tuvieran tan poca oportunidad como fuera posible”. Además, está convencido de que hay que pasar de la soberanía popular a la soberanía corporativa. El federalismo bancario de Hamilton lleva a que no se distingan las funciones cuasi-públicas y cuasi-privadas del Banco, presagiando así un príncipe corporativo en el que dinero y gobierno serán indivisibles.

Orozco dictamina que son los laberintos pecuniarios de lo privado los que vuelven asimétrica, y, sobre todo, anónimamente autoritaria a la soberanía simbiótica de Alexander Hamilton, es decir, soberanía política y riqueza privada. No se trata de un teórico que juzga una situación hipotética o pasada. Es una persona que sabe ver los problemas que plantean otras naciones al comercio de Estados Unidos y las desigualdades entre los sectores del norte y del sur dentro de la nación y ofrece soluciones. Sabe desarrollar su argumentación sobre los poderes implícitos como si estuviera delineando un futuro exento de sobresaltos. Tiene que hacerlo así, porque enfrente se encuentra a Jefferson y Madison, que no están de acuerdo con él.

 La omnipresente Francia

En el Capítulo IV- De cómo el amigo se vuelve enemigo-, el autor deja que los protagonistas cuenten cómo Francia, que había sido su aliada en la guerra por la Independencia, se convierte en una amenaza para la existencia misma de los Estados Unidos. Y no porque Francia quiera invadir a la nueva nación, sino por la difusión de sus ideas. Hamilton ve a Francia como una revolución de la opinión pública y la posibilidad de un reacomodo del poder europeo que presagia venturas para el mundo. Es decir, el libro de Orozco presenta la comunicación política en el ámbito internacional. La narración de lo que está ocurriendo en Francia me ha recordado pasajes de Flaubert cuando narra los sucesos de 1848 en La Educación Sentimental.

En el V- El enemigo a las puertas-, asistimos, dentro de Estados Unidos, a la discusión sobre la doctrina de los poderes implícitos de Hamilton, pero inmediatamente hay un personaje, Charles-Edmont Genet, Ministro de Francia en los Estados Unidos- que se apodera de la mitad del capítulo, por entrometerse en la política de Estados Unidos y por convertirse en un evangelista de las ideas de la Revolución Francesa. Genet representa el último y dramático dise o estratégico girondino para asociar a las dos repúblicas hermanas en el desafío al viejo régimen europeo.

Hamilton no desaprovecha la ocasión para lanzar sus ataques contra Jefferson y Madison, partidarios de las ideas francesas, poniéndoles en el aprieto de aprobar o desaprobar un tratado que Estados Unidos había firmado con Francia cuando ésta era monárquica y si hay que pagar las deudas contraídas. Igualmente, los acorrala para que se pronuncien sobre si apoyan la neutralidad de Washington.

Expone la necesidad de defender a aquellos ciudadanos que puedan haber sido o que puedan ser vejados por la causa de la libertad. Y acusando a Genet de que ha amenazado con pedir ante el pueblo la destitución del Presidente de los Estados Unidos, escribe una serie de artículos en los que va más allá de un debate ideológico. Con un conjunto de argumentos legalistas y doctrinales hace ver cómo, al conceder cualquier ventaja a Francia, se vulneran no sólo los tratados comerciales sino los más elementales principios de la neutralidad y el derecho de las naciones.

Jefferson le confiesa a su amigo Madison que el nombramiento de Genet ha sido un hecho calamitoso y quiere preparar su dimisión como Secretario de Estado, aduciendo “mi excesiva repugnancia a la cosa pública”. Y pasa a atacar a Genet de una manera tan dura como la que había empleado Hamilton. Sólo que éste se había servido de Genet para convertirse en un fabricante de enemigos. Con lo cual, saca conclusiones de las premisas sobre las que se apoyaba la política de Estados Unidos y que ya he se alado en mi entrada anterior.

La segunda mitad del Capítulo V está dedicado a narrar lo que ocurrió en el verano de 1794, con la Rebelión del Whiskey. Hamilton lo convierte en un episodio más de la oposición que representan las ideas francesas porque representa ni más ni menos que el primer desafío a la autoridad constitucional del gobierno federal, con apego a los principios representativos.

Enfrente tiene, como defensor de no pagar el tributo, a Albert Gallatin, suizo y residente en Pensilvania desde 1784, que también sabe exponer muy bien sus argumentos. La diferencia entre uno y otro está en que Hamilton no sólo habla de “la firme y violenta oposición a los impuestos (en general)”, sino que impulsa la ejecutividad mediante el empleo de la fuerza. Su escrito al Presidente Washington para que organice una Milicia es un ejemplo extraordinario de comunicación política persuasiva. Tampoco se queda atrás el Presidente en su retórica.

Se enorgullece ante el Coronel Burgess Ball “del “espíritu complaciente” con que los milicianos reclutados recorren el oeste de Pensilvania sin dejar a su paso haza a alguna digna de contarse, de no ser la oposición abstracta de “los incendiarios de la paz y el orden públicos con su pretensión de propagar sus nefandas doctrinas con miras a envenenar y enfurecer los ánimos del pueblo contra el Gobierno” y, con ello, “colocar los cimientos de la esclavitud del futuro”. (P. 202).

Al final, los dechados de traición, de los que hablaba Hamilton, resultan ser dos empobrecidos y trastornados granjeros, cuyas sentencias de muerte resultan tan inverosímiles que obligarán luego al perdón presidencial.

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Acerca de este Blog

Felicísimo Valbuena de la Fuente es Licenciado y Doctor en Filosofía y Letras por la Universidad Complutense de Madrid. Actualmente es Catedrático en la Facultad de Ciencias de la Información.

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